En esta segunda entrega, se analiza la apropiación de la apuesta de paz en todos los niveles de la estructura organizativa de las FARC-EP, los alcances de su unidad de mando, y el papel que tuvo la cultura y la fiesta dentro de la Conferencia guerrillera.

Sillas de guerra bordadas por guerrilleros del Bloque Jorge Briceño
3. Las FARC-EP le apuesta a la paz
Una apuesta está compuesta de varios elementos: (1) la contingencia de vencer; (2) lo que se pone en riesgo, algo que se tiene y que se puede perder; (3) el bien mayor que se puede alcanzar en caso de ganar.
Los grandes medios y los sectores políticos en contra de las negociaciones en La Habana han implantado la idea de que es la dirigencia, el Estado Mayor, quien está involucrado con la paz pero no así sus combatientes. Conversar con las y los guerrilleros rasos durante la Conferencia, muchos de los cuales no tenían siquiera la condición de delegados a esta, fue ilustrativo del compromiso con la paz que tienen. Del conocimiento común sobre lo que se pone en riesgo, de la importancia política a nivel de organización (no individual) de los acuerdos, y de la firme voluntad de hacer todo lo posible porque un eventual fracaso del proceso no sea por alguna conducta o posición adjudicable a ellos.
La X Conferencia demostró unidad de mando. De sus 69 estructuras a 2010 (incluyendo 57 frentes)[1], sólo la dirigencia del Frente Primero, se abstuvo de participar de los acuerdos, sustrayéndose de la organización con alrededor de 100 hombres. El resto de sus filas, la mayoría, está sujeta a la nueva comandancia del Frente y a las orientaciones nacionales.
La disciplina no es sólo visible en el trabajo. Hay una apropiación del discurso de paz y de las posiciones del Estado Mayor de las FARC-EP entre todos sus integrantes. Por ello, eran pocas las personas que intervenían en las ruedas de prensa, porque no hay posiciones individuales sino colectivas. Y en las conversaciones personales, ya fuera con los más altos mandos o con guerrilleros rasos, ante preguntas como ¿Qué te sueñas de tu vida después de la firma de los acuerdos de paz? ¿Dónde quisieras vivir, en el campo o la ciudad? ¿Quisieras trabajar, estudiar, hacer política? ¿O qué papel quisieras desempeñar en el nuevo movimiento político?, la respuesta era unánime: “lo que oriente nuestra organización”. Sin excepciones. Algunas veces, con muchos rodeos, se escapaba algún deseo propio, pero siempre iba acompañado de la misma frase “pero me atengo a lo que oriente nuestra organización”.
La anulación de la individualidad puede ser indeseable a juicio de algunos, pero al margen de ese debate, lo real es que las FARC demostró unidad de mando y apropiación íntegra de las posturas de la organización, que no atiende a una orden vertical, sino a un proceso pedagógico y una cohesión organizativa de tiempo atrás, fortalecida en estos tiempos de paz. Esto también matiza otra de las ideas implantadas desde los medios y sectores académicos sobre la degradación de la guerra y la pérdida de horizonte político de las guerrillas, porque la conclusión tanto de las entrevistas propias como las de otros colegas, es que las guerrillas de este país aún se siguen concibiendo como organizaciones políticas y que su objetivo continúa siendo la transformación de las condiciones estructurales del país que perpetúan la explotación económica y las múltiples opresiones.
En esta región, los hombres y mujeres guerrilleras tiene miedo de lo mucho que pueden perder. Soportar la arremetida militar durante los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, y defender los pueblos en los que son gobierno les costó mucho, les produjo mucho dolor, y pasar a la política sin armas es un riesgo que de manera valiente están dispuestas a asumir. Temen del gobierno, porque nunca le ha cumplido al pueblo. Si un gobierno no le cumple a la Cumbre Agraria, por ejemplo, ni a los medianos y grandes productores agrarios que se están arruinando ¿Por qué habrá de cumplirle a una guerrilla que lo ha combatido en armas? Un interrogante sin respuesta, un paso a ciegas. Esperan que por lo menos no los asesinen, que haya voluntad política de desmontar al paramilitarismo, y que el punto primero, sobre Reforma Agraria Integral, les permita vivir con dignidad de manera colectiva.
Las FARC-EP dejará en libertad a sus combatientes para utilizar individual o cooperativamente los auxilios económicos del acuerdo. Pero al menos en los Bloques Sur y Oriental, es abrumadoramente mayoritaria la vocación colectiva. Llevan años trabajando así, su familia es la guerrilla, muchos llevan décadas sin ver a sus familiares de sangre, y aunque a muchos los asalte la duda de saber cómo están y un deseo de verlos, no tienen la más mínima intención de recuperar una vida que ya perdió todo sentido para ellos.
Si el gobierno cumple, manifiestan que seguirán en la lucha pero desde la civilidad, que dejan las armas pero no se desmovilizan, que continúan trabajando por la paz del país entendida como justicia social. Si el gobierno no cumple, volverán a las armas. Así de simple. Y agregan, más para sí mismos que para uno, que están dispuestos a volver a combatir.
4. Si la revolución es una fiesta, la Paz es una fiesta

Los portafusiles decorados de las guerrilleras de las FARC-EP
“La revolución es una fiesta” decía el carismático comandante del M-19 Jaime Bateman
Cayón. En lo personal, entiendo esta frase como una rebelión en contra de la estricta disciplina del comunismo ortodoxo o, en positivo, como un reconocimiento del papel que juega la alegría y las festividades en la cultura de nuestros pueblos y la necesidad de que tenga también un espacio en la revolución.
En el Yarí, la paz ha sido una fiesta. Una fiesta no sólo enmarcada en el baile y el licor, que también, sino en el ambiente de tumultuosa alegría y esparcimiento. La presencia de las FARC-EP en la región es inescindible del pueblo. No para decir que toda la gente sea guerrillera, como suelen entenderlo los órganos de inteligencia del Estado, sino que como autoridad legítima, toda la dinámica social tiene que ver con ellos. Además, los y las combatientes son hijos, hermanas, sobrinos, tías, y así, de los habitantes de los pueblos y veredas.
En el corazón del lugar del evento, ubicado en el corregimiento del Diamante, las familias del sector dispusieron de una especie de bazar; casetas de venta de comida, bebidas, y todo tipo de cachivaches, para el consumo de propios y extraños. Un caserío improvisado que le imprime un ambiente tranquilo y cercano a una Conferencia guerrillera.
Todas las noches, al finalizar la jornada, se programaron actos culturales en una tarima de primera categoría, alucinante por el lugar en el que nos encontramos, en donde ningún operador celular tiene señal y la luz es una innovación reciente. Allí se han dado cita artistas de talla internacional y un gran concierto se espera para la firma del Acuerdo Final el 26 de septiembre.
Alerta Camarada, Aries Vigoth y Alfredo Gutiérrez merecen una mención especial. El primero, por tratarse de artistas que pese a la adversidad de su público lograron ganarse los afectos de la guerrillerada y prender la fiesta del domingo 18. Es que el reggae es un ritmo desconocido dentro de los lejanos llanos del Meta y el Caquetá, incluso, un guerrillero me preguntó afirmando “Ellos no son colombianos ¿verdad?”. Y a la inversa, Alerta quedó tan impresionado de la falsedad de los mitos sobre la insurgencia, es decir, de la calidez y sencillez de sus gentes, que decidieron volver para el acto de cierre de la Conferencia del viernes 23, haciendo dos veces en una misma semana ese trayecto interminable. Con mofa, declararon a su público “rastafariano”.
A Aries Vigoth y Alfredo Gutiérrez, mi más grande admiración. La música llanera se tomó el escenario la noche del martes 20. A diferencia de artistas como Jhony Rivera que no hizo siquiera mención a la paz, el maestro Vigoth, con la seguridad de su prestigio, se dirigió sin miedo a los guerrilleros y guerrilleras que lo vitoreaban, los saludó por su nombre, como un sector más de este pueblo jodido y sin el estigma de su opción de vida. Su concierto fue un crescendo, y tuvo como cúspide el canto a doble voz de “Alma llanera” junto a Iván Márquez, quien visiblemente emocionado, hizo un discurso como de papá alicorado.
Alfredo Gutiérrez no fue en crescendo, el viejo la rompió desde el primer minuto, cuando anunció que ofrecería el concierto más glorioso de su vida por la paz de Colombia, y hasta que apagó su micrófono. En 2 horas de una descarga inolvidable, la Costa Atlántica se hizo presente con la cumbia, el porro, la champeta y, cómo no, el vallenato. El tres veces rey de este género hizo honor a la historia rebelde de la sabana sucreña y de la costa en su conjunto, ahora olvidada o agazapada por la cruenta arremetida paramilitar. Le cantó a la paz y la revolución, le mamó gallo a la comandancia de las FARC, y tuvo momentos de auténtico realismo mágico como el de este hombre, a los setenta y tres años, encaramado encima de 3 de sus músicos, tocando el acordeón con sus pies, o trovando improvisadamente junto a Jesús Santrich, coterráneo y amigo de infancia. Maestro, mil veces maestro, sin palabras.
Después de los conciertos, el caserío improvisado y una de las carpas contratadas se vestían de música y alegría. A la fiesta, por supuesto, no acudían los partícipes de la Conferencia, pero sí el resto de la guerrillerada. Una fiesta con música campesina, control medido del alcohol (cuya venta estaba prohibida para la guerrilla) y de los horarios, sin conflictos ni inconvenientes, y que en ninguna medida retrasó cualquiera de las actividades o derribó la férrea disciplina de las tropas, así estas tuvieran que pasar de largo sin dormir para cumplirlas.
Los conciertos y la fiesta tienen una significación especial para los combatientes. Esta zona fue un temible escenario de guerra durante el Plan Patriota. Uno de los músicos del Bloque Oriental, visiblemente afectado, me narraba sus historias de muerte en esta región. La forma en que tuvo que dejar abandonada a su novia en medio de las confrontaciones porque no pudo seguir arrastrando su cuerpo, y la forma en que salvó a un amigo, un “camarada” mutilado por un bombardeo, porque la vida, en esta segunda ocasión, le dio las fuerzas y la chance para seguir arrastrándolo con un brazo, mientras con el otro descargaba su fusil a un objetivo incierto. Festejar la paz tiene esa enorme carga simbólica. La nostalgia de la muerte a las espaldas, la esperanza de otro camino en la vista.
El escenario de conciertos, con toda la comunidad reunida, permitió anuncios que cambian vidas. Desde allí fueron anunciadas múltiples encomiendas de familiares que habían recorrido kilómetros hasta El Diamante en búsqueda de sus familiares en las filas de las FARC-EP. Una búsqueda de doble cara. La de felicidad, como la de esa madre que después de 22 años volvió a ver a su hijo en medio del concierto de Aries Vigoth, y la de desolación de aquellas a las que se les informó su muerte o desaparición a manos de la Fuerza Pública. A mitad de semana, hubo que colocar una cartelera para que las familias fueran registrando el nombre de los combatientes a los que buscaban.
A su modo, para Jorge Briceño la revolución también era una fiesta. En el Yarí se le quiere como se quiere a un padre o un abuelo. Su indolencia con los militares contrasta con la bondad que tuvo con sus subordinados. Según cuentan, festejar y bailar era una orden. Y siempre que hubiera medios, “el viejo” los consentía con comida mejor a la acostumbrada (que en medio de la guerra se traduce en gallina, por ejemplo), y en las fiestas con Whisky, porque si la oligarquía parásita lo toma ¿por qué el pueblo trabajador no puede hacerlo? dicen que decía el «Mono». Si no había recursos para Whisky, la chicha entraba en su reemplazo. No entraré a hacer juicios de valor sobre la bondad o maldad del personaje, lo real es que se convirtió en uno de los más fuertes referentes entre los farianos de los llanos, y la cultura de la fiesta, que es la cultura de campo, sigue estando muy presente.
Nota al pié. El 22 de septiembre se cumplieron 6 años del bombardeo que dio con la muerte de Jorge Briceño. Ese día se le hizo un homenaje, ese día no hubo música popular sino trova en el escenario, y como única excepción, ese día el ambiente fue de luto y no de fiesta.
[1] Fuente. Revista ARCANOS N° 16, Corporación Nuevo Arco Iris, Bogotá, Abril de 2011.
Otras entregas
1. Cómo se trabajó la X Conferencia
2. El humanismo fariano
5. Las contradicciones de las mujeres farianas
6. De la toma del poder sin armas